CRISTINA VALENTINA
EL EJERCICIO DE SONREÍR HACIENDO MÚSICA Y NO OLVIDAR QUÉ ES ESTAR SIEMPRE ENAMORADO.
Uno puede conectarse con la voz que interpreta una canción sin abrir los ojos, y si esta voz está llena de texturas, nuestra mente empezará a proyectar fotografías de una mujer con cuello de cisne, una chompa manga corta de angora, cabellos color de una puesta de sol tan romántica como la melodía de la trompeta de Miles Davis en “Blue in Green”, un cutis color blanco humo, labios rosados y secos.
Son las once de una mañana soleada, ella tarda un poco a la cita por un trámite en el banco. Debe medir un metro setenta y cinco. Entonces llega transpirando música. Si bien sus padres creyeron durante un tiempo que necesitaría de un psiquiatra para entrar en razón y no dejar la medicina, ella no dudó en terminar sus estudios, solventar lo que sería su proyecto musical trabajando en un centro de investigación médica, y en paralelo dedicarse a lo que ya la estaba moviendo y carcomiendo por dentro: componer y cantar.
Cuando le pregunto sobre su método de trabajo, su proceso creativo, me habla de texturas. Me dice que hacía coros para algunos proyectos, y que de niña siempre le gustó cantar. También añade que se deja llevar por el torrente creativo que puede detonar en ella en cualquier momento. Que así empezó a componer el disco “All I know”. Primero las melodías, luego anotando todo en donde pudiera, escribiendo compulsivamente. No es metódica, es más bien intuitiva, visceral.
Ella se acomoda en el mueble de cuero negro de una sala blanca, que hace contraste con su ropa y su cuerpo espigado y esbelto. Cada movimiento es delicado pero seguro. Soslaya que es desordenada cuando comento lo bien dispuesto que están los muebles.
Cristina Valentina es una artista que con su música, y “Los Soulers”, han llenado un vacío en nuestro panorama local. Su apuesta es por el jazz soul. No habla de referentes sino de gustos musicales. Su disco salió en marzo y para este mes de junio su música ha sido bien recibida y atendida en varios medios y espacios de la ciudad.
En un alto de la conversación hablamos de un tema en especial. Smile. Y la historia que esconde este tema me parece fascinante porque explica algo que a todos nos pasa. Mirarnos con alguien con cierta complicidad, gusto, deseo, pero solo para sentirnos vivos, esa llama que solo enciende el primerísimo primer plano que el enamoramiento nos regala.
En su voz hay algo de la frescura de China Moses (hija de la gran Dee Dee), un atisbo de Charlotte Gainsbourg en la mirada, y la sensualidad de Ella Fitzgerald en la interpretación. También al conversar con ella pienso en Dee Dee, aquel entrañable personaje, pareja de Charlie Parker, del relato El Perseguidor, de Julio Cortázar.
Parece una mujer de 22 años sino menos, dependiendo dónde cae la luz, dónde uno enfoca con la cámara. Prepara té, miel y kión. Me recuerda a un día cotidiano en casa, en familia. Regreso de mi flashback y ella me narra cómo iba cambiando y creciendo su reciente proyecto, conforme empezaba a trabajar durante dos años con su productor musical, David Chang. Se ríe cuando me cuenta sobre su horario de trabajo, siempre de noche madrugada, y que por ello su productor anduvo un tiempo con el horario propio de un vampiro. Luego vendrían “Los Soulers”, la banda que la acompaña, y con quienes ha formado una comunidad, un grupo humano talentoso y muy profesional, que por estos tiempos prefieren tocar más que ganar dinero. La experiencia de cuajar como grupo, como banda, eso les tiene enganchados con ella, y viceversa. Los he visto en varios conciertos, y como público uno nota cómo disfrutan al hacer música, cómo la pasan bien arriba en el escenario, y eso se transmite, y uno empieza a vivir la experiencia de un concierto, de un recital, de una interpretación integral.
Cae la tarde, Cristina aún no enciende la luz de la sala, y hablamos de sus próximos conciertos, de la necesidad de seguir tocando, al menos dos veces por mes, de hacer llegar sus discos a la gente luego de sus conciertos, porque hasta el día de hoy seguimos con el drama de la distribución y venta de discos en tiendas. Cuando estás en Lima, Perú, debes pensar siempre en autogestión. Un país sin industria sólida es un país condenado todavía a avanzar a media caña. Y ella no quiere eso, como nadie en su sano juicio. Por eso, avanza en varios frentes. La preocupa la dirección de arte, el vestuario, el maquillaje, los detalles.
Además es médico, y no ha dejado de serlo, sino creo que ha amoldado su profesión a la vida de músico, cantautora, artista.
Ya está pensando en el segundo disco, en hacer videos gracias a la espontánea colaboración de realizadores interesados en su talento. Asimismo, sabe que la disciplina en componer y crear pasa, ahora más que nunca, por una cuestión de temperamento, persistencia, resistencia, pero sobre todo, placer. Si no pierde eso, no dudemos en encontrarnos con un segundo disco más que sobresaliente. Ahora ha encendido las luces de su sala, me dice que parece que le va a dar gripe, afuera Miraflores es un corazón con by pass, y yo quiero ponerme a escribir.
Cristina Valentina no es su alter ego, sino una chica que hasta los doce años tenía miopía y leía cuentos con las páginas de los libros pegadas a los ojos, y, tiempo más tarde, encontraría en la música la mejor manera de expresarse. Hasta que un buen día se convirtió en artista. Pasó de ser Cristina Leguía a Cristina Valentina.
Terminamos la conversación hablando de poesía. Me pregunta por autores e inmediatamente le recomiendo leer al primer Enrique Verástegui, en especial el poema “Datzibao”. Pasando por “El guardián del hielo”, de José Watanabe. También “Reinos”, de Eielson. Porque quizás Cristina ha construido un reino con su música, un reino que invitamos a visitar, sea por medio de los audífonos para que nada ni nadie nos distraiga, bebiendo de cuando en cuando un sorbo de vino o un trago de cerveza bien helada, sino, y aquí lo más alucinante, verla en vivo, en medio de la experiencia de un concierto junto a “Los Soulers”. Aprovechemos, pues, las veces que Cristina Valentina se presenta en nuestra arenosa y húmeda ciudad. Una ciudad que a pesar de lo complicada y compleja que es, no deja de sorprendernos con proyectos de excelente factura.