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Cuando los rayos del sol se sentaron en los cerros

Aquella tarde de aquel día, estaba muy triste por lo que pasaba en mi vida. Pero al llegar a este asentamiento humano, todo cambió en mí, para siempre.

Jorge Luis Chamorro.

Publicado: 2014-05-27

Era el mes de abril. Hacía mucho calor pero por dentro tenía frío. La mujer que me había criado como una madre había fallecido hacía unas horas. Estaba pasando por un momento muy triste en mi vida cuando en el trabajo me comisionaron ir a Carabayllo. Teníamos que registrar las labores de un programa municipal, en coordinación con el estado, de lucha contra el trabajo infantil. Por estos tiempos estoy trabajando en una organización que vela por los derechos sociolaborales y de seguridad y salud en el trabajo. Además de combatir el trabajo infantil y forzoso. Debo aceptar que el trabajo que tengo es una maravilla. 

Al llegar pudimos darnos cuenta de que los niños que jugaban en el albergue tenían una expresión de tristeza entre tantas risas y miradas inquietas. Esos ojos seguramente habían extrañado por horas a sus mamás y a sus papás, echaban de menos el cariño y los regalos propios de familias sin estrecheces. 

Primero saludé a cada niño y niña. Les di la mano y traté de jugar con ellos. En ellos vi a mis hijos, Adrián de doce años e Iwami de tres. Me sentí bien de saber que ellos estaban llevando un vida tranquila y feliz, pero al instante me sentí apenado por percibir en estos niños de Carabayllo una marca de la pobreza extrema. Sin embargo, los niños son mágicos, arman sus propios universos ficcionales, diseñan salidas a realidades atroces, confeccionan aparatos contra la tristeza, el aburrimiento y el peligro latente de vivir en una ciudadela de arena levantada sobre rellenos sanitarios.

La visita la hicimos con representantes del gobierno del Brasil. También con funcionarios del gobierno peruano y representantes del Programa Municipal contra el Trabajo Infantil.

Luego visitamos una casa. Había un niño de tres años que parecía una hermosa niña. Su cabellera me confundió así como sus rasgos. Su madre hacía arreglos para fiestas. Una mujer trabajadora, fuerte, que parecía tener más edad de la que tenía.

Mientras fotografiaba miraba todo detalle a mi alrededor. La pobreza extrema puede ser bella si es que por dentro cada persona se mantiene digna, pura, buena, como esta mujer de nombre Sonia.

Los rayos de sol habían tomado asiento en la falda de los cerros. Estos rayos de sol eran los niños, lo juro. Una bandera del Perú flameaba rota, un perro chusco parecía un ovejero recién bañado, la piedras se convirtieron en caoba, y empezó a oler a leña.

Los niños no deben trabajar. Los niños deben jugar, reír, estudiar, correr, aprender y ser amados por su familia y sus amigos. Y respetados sus derechos fundamentales. En Latinoamérica es común ver a niños vendiendo golosinas en los micros, en las esquinas, junto a sus madres, o pidiendo limosna. Todo ello conlleva a un círculo vicioso y perverso que termina en explotación infantil, en trata de personas, o en trabajo forzoso. Por ello, estamos poniendo nuestra cuota de trabajo para erradicar esta situación tan compleja y difícil. Recoger experiencias de otros países, levantar información e implementar programas de lucha contra estos males sociales es una misión que debe de empezar por cada ciudadano. No se trata de dar un sol a un niño, se trata de detenernos y hablar con ellos, de, si hay tiempo, hablar con la persona más cercana a ellos. Se trata de detenernos un momento y pensar en qué estamos haciendo para cambiar esta situación.

Nadie está pidiendo que detengas tu vida y luches contra molinos de viento, pero sí destinar unos minutos de tu tiempo en hablar con estos niños que están en las calles. Preguntarles si tienen hambre y darles de comer. Preguntarles si les pasa algo o si les duele algo, y llevarlos a buen recaudo. Documentar esta acción es importante. Solo así entrarán en las estadísticas y en la data para el levantamiento de información. Quizás sea muy iluso pedir esto, pero sirve, y te purifica el alma. No puedes purificar tu alma tomando aire y saliendo a correr feliz con tu chica, con tus hijos, en tu bicicleta, fresh, y pasar por alto que hay millones de niños que te están mirando, sentaditos, como los rayos del sol en las faldas de los cerros. La felicidad no es algo que solo se comparte con los tuyos, sino con los que te rodean.

Recomiendo visitar y ayudar a los chicos del programa en contra del trabajo infantil en Carabayllo. Escriban a uno de sus pilares, un hombre noble, de mirada tierna y agradecida: 

Fredy Carlos Calixto Paredes

fcalixtoparedes@yahoo.com.pe


Escrito por

jorgeluischamorro

Periodista, narrador, poeta y artista audiovisual. Director del sello de creación MANDARINA y del festival Lima mon amour. Vive en Lima.


Publicado en

cortetransversal

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